Testimonios

A los 45 años una amiga psicopedagoga,  me diagnosticó una dislexia ¡Qué fuerte fue escucharlo!

Le conté las dificultades que había tenido en mi infancia y que muchas de ellas  aun hoy están presentes.
Me suministró algunas pruebas  que se utilizan para diagnosticar dificultades en los procesos de aprendizaje y me dijo: "vos  tenés dislexia, leve, pero dislexia al fin". Comenzó a mencionar todo las dificultades que seguramente ésta situación me habían acarreado a lo largo de mi vida, especialmente en mi infancia, y lo trabajoso que me habrá sido tratar de compensar ese déficit. Yo la escuchaba y lentamente me iba conectando con la angustia que durante ese tiempo vivía frente a los obstáculos que día a día se me iban presentando.  Hasta  ese momento, no tenía  conciencia de lo que esta situación me había afectado emocionalmente y, seguramente, actitudinalmente.

Tengo una dislexia leve que hace que no pueda retener en mi cabeza cómo se escriben algunas palabras. Cuando yo era pequeña no existían los avances tecnológicos y de pruebas psicométricas para hacer un diagnóstico claro de lo que me pasaba. Como la dificultad radicaba sólo en no saber cómo se escriben algunas palabras y no había otros indicadores, se descartaba la dislexia como posibilidad. Pero hoy, a partir de los avances que permitieron un mayor desarrollo de las neurociencias y la  creación de nuevas pruebas  diagnósticas, se puede evaluar distintos grados de dificultades que no permiten un buen desarrollo de los procesos de aprendizajes  y conductuales.

Las  dificultades con que a diario me encontraba eran:

  • El no  poder escribir correctamente las palabras que me dictaban. Por tal motivo  cada vez que tomaban un dictado (que en esa época se tomaban abundantemente)  me sacaba un 1.

  • Cuando me tomaban lectura. ¡¡¡Qué desesperación y qué vergüenza!!! Todos me iban a escuchar y a mirar. No pegaba ni una, me trababa porque no podía decodificar con rapidez las palabras o, en el intento de apurarme, terminaba inventando. Qué humillada me sentía cuando escuchaba las risas de mis compañeros y la incomprensión en tono de voz de la docente cuando me corregía.  Yo no lo podía hacer mejor por más que me esforzaba.

  • El inglés.¡¡¡ Qué difícil se me así pronunciar esas palabras que no logra visualizar en mi mente... y que imposible era escribirlas!!!

Como sólo tenía esas dificultades, a las maestras se les hacía muy difícil reprobarme. Pero en  5° grado tuve unos de los gestos más reparadores y amorosos que un niño puede recibir de sus maestras. Yo iba dos veces por semana a una maestra particular. Ella era buena y me tenía mucha paciencia. Hacíamos muchos ejercicios,  una y otra vez,  para que yo pudiera  recordar cómo se escribían ciertas palabras.
Pero la mayoría de las  veces los buenos resultados duraban poco tiempo, porque volvía una y mil veces a incurrir en el error.

Viendo mi esfuerzo y mí dificultad, mis dos maestras (la particular y la de grado) se pusieron de acuerdo para que, durante varias semanas, yo pudiera practicar el dictado que me iban a tomar en la prueba final  y así  poder obtener  la nota que necesitaba y pasar de grado. Por supuesto yo no sabía nada.

Cuando la seño comenzó a dictar no lo podía creer....¡¡¡por primera vez iba aprobar un dictado!!!

¡Qué huella importante dejó toda esta experiencia en mi vida! Me  marcó y mucho. Por ejemplo durante mucho tiempo creí que yo no era muy inteligente, porque no sabía escribir bien. Tenía que esforzarme mucho para aprender. Me costaba (aun hoy) aprender nombres que eran difíciles de pronunciar o escribir, lo lograba poniendo mucho esfuerzo de mi parte.

Siempre fui muy tímida, no me gusta exponerme mucho, ni tampoco hablar en público.  Me invade a priori un sentimiento: "no voy a poder decir lo que sé, no se va a entender"

Todo marca. Me marcó el diagnostico que mi compañera de trabajo me dio: "vos tenés dislexia".  Fue como si se me abriera una puerta  que siempre estuvo cerrada. Un secreto que nadie jamás me había revelado. Se me corrió un velo y pude entender, pude entenderme nuevamente, pude llorar por el dolor que esto me había causado.

Y, por sobretodo, pude sacarme un peso tremendo de encima: yo soy disléxica y nunca voy a poder escribir y leer sin error. Siempre voy a cometer  errores y listo. ¡¡¡Qué alivio!!! ¡Qué liberador saber que no soy una "bestia" y que sólo tengo una dificultad que me limita y que ahora que lo sé, puedo hacer algo con ella!

A veces cuando me recuerdo y me veo de chiquita, algo del orden de la tristeza me invade. Pero aprendí a mirarme con cariño y compasión y a consolar
a la niña herida que aún tengo  dentro de mío.